Nos encontramos con una casa que no era casa. Espacios vacíos, una pared principal en blanco absoluto, un comedor anticuado y una terraza desaprovechada. No tenía alma, no tenía calor.  

 

El reto era grande, no solo por la irregularidad de la distribución, sino porque había que transformar ese espacio en un hogar. Pusimos orden, establecimos la jerarquía de cada zona y dimos a cada rincón su razón de ser. En la gran sala de la planta baja, que hasta entonces parecía un almacén, conseguimos que convivieran en armonía un despacho, un cuarto de juegos y una zona de entrenamiento personal. Todo tenía su lugar.  

 

En el salón, las fotografías familiares encontraron protagonismo sobre una balda a baja altura, llenando de recuerdos y emociones lo que antes era un muro vacío. El color apareció en cuadros y elementos decorativos, la iluminación se trabajó con mimo, con lámparas de ambiente que aportaban calidez, y la terraza pasó de ser un espacio olvidado a convertirse en un rincón apetecible para estar.  

 

Cuando vieron el resultado, la emoción de nuestros fue inevitable. Ahora sí!